domingo, 24 de febrero de 2013

Profundizando en las diferencias culturales



Y después de la última entrada de esta bitácora, va el Papa y abdica. Me lo ha dejado a huevo, hablando pronto y mal: si el Papa ha encontrado la dignidad necesaria dejarlo (sea por H o por B), que no os quepa ninguna duda de qué es porque es alemán. De hecho, hasta donde alcanza mi memoria el único rey español que abdicó por las buenas  y en condiciones (Carlos I), también era en buena medida alemán. Qué cosas.

Esta semana me la he pasado dando clases prácticas a los alumnos de bioquímica de último curso. Me las endosaron hace unas semanas y no tengo ni idea de si voy a recibir algún tipo de reconocimiento lectivo oficial, pero bueno. Casi todo el mundo en el laboratorio participa, y yo no iba a ser el recién llegado disidente, así que al tajo. Además, pese a los tedioso del protocolo que me ha tocado desarrollar con los diferentes grupos de alumnos durante cuatro días seguidos (una transferencia de Western consiste en estar tres horas trabajando y otras cuatro con los brazos cruzados esperando por esto o aquello), me ha servido para calibrar diversas características del sistema educativo y del carácter de los estudiantes alemanes.

Cuando yo daba prácticas en España, me colocaban entre 25 y 30 chavales por clase para mí solito, a veces en sesiones dobles el mismo día. Por supuesto, la mayoría de las veces sin ningún apoyo. Sólo el primer año las impartí junto con mi entrañable compañero Fernandito. Aquí he tenido cada día entre cinco y seis alumnos, lo que quiere decir que habrán pasado ante mis ojos unos veintitantos. El primer punto que ha hecho esta experiencia algo diferente es, por supuesto, el idioma. Como obviamente no estoy como para dar clase en alemán (pese a mis tímidos progresos), pues me vi obligado a darles las explicaciones en inglés. De los veintitantos, sólo dos tenían problemas para comprenderme, y sus compañeros les traducían al alemán con cariño, paciencia y en tiempo real. La comparación con lo que habría sucedido en una universidad española me resulta escalofriante.

Además, he de añadir que, siendo el protocolo que nos tocó desarrollar un verdadero coñazo, y que implicaba que se quedasen una hora y pico A MAYORES el día previo, no he visto ni una mala cara ni escuchado un solo reproche. Por supuesto unos era más habilidosos, otros más torpes, otros mostraban mayor interés y otros menos ganas, como en todos los lados. Sus conocimientos teóricos no eran lo que se dice deslumbrantes en muchos casos. El aspecto de muchos era sumamente gracioso, en un par de casos inquietante (había uno despigmentado y con gafas ahumadas redonditas que parecía sacado de una película de Indiana Jones), pero todos han sido exquisitamente simpáticos, educados y respetuosos. En España nunca faltan tres o cuatro tocahuevos por grupo de prácticas, que enrarecen el ambiente y te incitan a la violencia. O algún inadaptado que no acepta su condición natural de marginado y trata de compensarlo haciendo gracias sin sentido todavía a los veinte años (la mayoría de los inadaptados nos damos cuenta de que esa táctica no tiene sentido hacia los catorce). Aquí no. Todo era buenos días y hasta mañana, por favor y gracias. Había uno con pinta de chulo de putas y cara de zoquete genético en otro grupo, pero no me ha tocado comprobar sus habilidades. En España hubiese sido el sex symbol de la clase, por descontado.

Como contraste, para que no os creáis que vivo en Jauja, tengo una nueva remesa de cosas malas de Alemania: he recibido una cartita en la que me comunican que por habitar un piso aquí y ser mayor de edad, y en virtud de una nueva ley, me toca abonar entre 80 y 200 euros anuales a cambio del privilegio de poder usar (si quisiese, cosa que no ocurre) la televisión y radio públicas alemanas, supongo que con el objeto de poder sufragar los gastos que generarán los Grandes Hermanos locales y esa clase de gilipolleces. En fin. Además, siguiendo con mi tradicional buena suerte, he caído constipado durante las prácticas.  Dado que (muy amablemente, eso sí) el farmacéutico se negó rotundamente a venderme el equivalente alemán del Frenadol®, obligándome a adquirir un espray nasal que no me ha funcionado demasiado bien y unos caramelos de eucalipto ahora desautorizados por mis padres a favor de los de miel, he dado las prácticas en medio de ataques de tos, carraspeos y estornudos, por no decir que me temo en algunos momentos los mocos me llegaban hasta la ingles. También me dijo que bebiese mucha agua, por cierto. Que Dios le guarde.

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