Primero de
diciembre de 2012. Ya sólo quedan 700 días (gracias a Dios 2014 no será bisiesto), pero aún así hace ya algún tiempo
que me percaté de que iba a ser ciertamente complicado aguantar con los
calzoncillos limpios que me proporcionó Rolando en mis últimos días en Berlín.
El descenso hacia los sótanos del complejo de pisos en el que habito, donde se
encuentran las lavadoras y la secadora, constituye una experiencia siniestra y
desagradable. En primer lugar, he de calzarme y abandonar la calentita
seguridad propia de mi madriguera, aventurarme en el desierto patio neblinoso y atravesarlo con el cesto de la ropa sucia entre mis manos, mientras intento no
toparme con alguna de las bicicletas herrumbrosas que los fantasmales
habitantes del edificio tienen a bien colocar por todas partes sin el menor
orden ni concierto. A continuación, he de proceder a abrir hasta cuatro puertas
distintas CON LA MISMA LLAVE (salvo que quieran evitar que algo o alguien pueda
escapar de los sotanos, no le veo la utilidad al sistema), encendiendo el
pertinente interruptor en todos y cada uno de los compartimentos estancos
situados entre cada tramo de escaleras delimitado por dos puestas consecutivas.
Finalmente, tras la última puerta, aguarda la promesa de ropa limpia y perfumada en forma
de dos lavadoras del año de la pera que funcionan exclusivamente con monedas de
euro, lo que me ha obligado a pedir cambio en el bar más cercano en ya un par
de ocasiones. Por lo general, las lavadoras están funcionando o llenas de ropa
húmeda de procedencia dudosa que (por supuesto) rehúso tocar con mis manos
desnudas. Esto, unido al pavor que me provoca dejar mi ropa sucia allí,
expuesta a las bajas pasiones del resto de habitantes del edificio, me suele
obligar a cargar de nuevo con ella escaleras arriba, apagando los interruptores
uno a uno y cerrando cada una de las
puertas CON LA MISMA LLAVE, en cumplimiento de la normativa de la comunidad. La
situación resultó especialmente traumática la semana pasada, cuando al abrir la
última puerta (cerrada con llave) y encender la luz, me encontré un oriental en
cuclillas en la penumbra que observaba absorto cómo su ropa daba vueltas en el
tambor de la lavadora. Ni siquiera levantó la mirada, pero he de decir en su
descargo que al menos no se estaba manipulando la entrepierna. Ni decir tiene
que volví sobre mis propios pasos tratando de no hacer el menor ruido y sin
perderlo de vista en ningún momento. En adelante procuraré darle una tercera vuelta a los calzoncillos, en lugar de las dos habituales. No van a ser menos que los calcetines, joder.
Lo de la misma
llave para cuatro puertas consecutivas es sólo una expresión más del extraño
comportamiento de los alemanes. Supongo que el haber instalado la misma
cerradura en todas ellas obedece a algún tipo de decisión económica tomada en
las más altas esferas de la institución polimórfica y bicefálica que
constituyen aquí la Universidad y la Ciudad Hanseática de Greifswald. Supongo
que echarían sus cuentas, estimando el precio de las cerraduras (oferta
4x3) y contraponiéndolo al riesgo de que una banda internacional de ladrones de
lavadoras y secadoras cometiese una fechoría en los próximos 15 años, igual
calcularon que la posibilidad de ahorrar 3,29 euros era del 74,2 %, lo que,
tras media docena de tensas reuniones, les decidió a instalar las cerraduras.
Porque ellos son así. El dinero tiene una especie de carácter sagrado en este país (ya lo contaba Dostoievski en "El jugador"). Por supuesto, esto conlleva cosas positivas y cosas negativas. En el ámbito
profesional me parece excelente, irreprochable: comparan los precios de todos los proveedores
y controlan hasta el último céntimo los pedidos, por ejemplo poniendo buen
cuidado en no incurrir en el cargo de gastos de envío innecesarios. Por otro
lado, como consumidor me resulta ligeramente molesto que todos los artículos
del supermercado tengan precios acabados en 9. Todo aquí cuesta 0,99; 1,99;
2,29 y así sucesivamente, en una estrategia que me parece insultante. Como aún no me he acostumbrado, esto me ha llevado además a
acumular un buen número de monedas de un céntimo en casa, con las que no sé
bien qué hacer. Pero ya me habituaré a llevarlas encima para pagar, no es
mayor problema. El carácter sacro del dinero tiene, no obstante, sus ventajas, y si
algún dependiente se percata de que te ha dado vueltas de menos, no duda en
perseguirte por la calle gritando para no incurrir en el pecado venial de quedarse con
treinta céntimos que no le correspondían, lo que por supuesto es de agradecer. Ahora bien,
en lo personal su postura con respecto al vil metal me hace pensar que en
ocasiones estoy tratando con alienígenas. Si pagas los cafés te miran un tanto
alucinados, como si les fueses a pedir algo a cambio. Hasta te preguntan si estás seguro... Y eso por no hablar en caliente de la bici que
me ha vendido una que se marchaba del laboratorio, porque hace falta ser miserable para VENDER algo así. Eso para el próximo capítulo, que tiene telita: diferencias
entre Alemania y España en el contexto de la crisis y mucho más allá. Besitos.
P.D. Ya sé cómo definir el gesto que tienen los greifswalditas en la cara: es la expresión de tristeza propia de quien lleva demasiado tiempo esperando algo que nunca llega a ocurrir.
por lo que veo sabía decisión la de los noruegos, no tienen moneda de céntimo ni de dos ;-)
ResponderEliminar...corrijo finlandeses
ResponderEliminarSublime. Lo del cuarto de las lavadoras parece un búnker. Supongo que viene a cuento en caso de que la guerra entre las naciones europeas declarada silenciosamente en la economía tomara carices belicistas más bombarderiles. Por lo demás, tanta puerta ayuda a mantener la casa calentita, ¿no?
ResponderEliminarPosdata: Lo de acuclillarse en el suelo en los lugares más inverosímiles no es cosa solo de tu oriental. Aquí en el sudeste asiático todos lo hacen, como llevar las uñas largas tipo garras de iguana. Debe ser un asunto cultural a fin de evitar tocar el suelo, pues lo consideran sucio e impuro (tampoco está bien visto en China sentarse en el suelo o apoyar las bolsas de la compra, aunque pesen un quintal).
Bueno, no sé si los noruegos tendrán monedas de uno o do céntimos, pero desde luego no serán de Euro!! Correcto, finlandeses ;)
ResponderEliminarY para el Señor de la Fuente, me alegra saber que no era un comportamiento tan anormal. En lugar de dormir con la escopeta cargada debajo de la almohada, la dejaré sobre la mesilla de noche...
Me extraña que te sorprenda el comportamiento de "tu" asiático cuando en tu anterior laboratorio has visto comportamientos similares en individuos de igual procedencia (entre otros comportamientos aún más "extraños" como ofrecerte dinero a cambio de traerte un colega chino, llevarse a sus colegas a utilizar el lab cual locutorio, "montarse" un puesto en los confines del rastro -dónde se venden los artilugios de dudosa procedencia- cagar "de pie", etc, etc). Respecto del "carácter sacro del dinero"...tendrás que asimilarlo lentamente (lamentablemente creo que eso es lo que nos depara el futuro). Sin embargo, me permito recordarte que para muchos ejemplares ibéricos, el dinero tiene exactamente el mismo carácter sacro (ya sabes de quien/es hablo). Una cuestión, es cierto que en la entrada a Greifswald hay un letrero que reza:
ResponderEliminarPer me si va nella citta dolente per me si va nell’eterno dolore
per me si va tra la perduta gente
giustizia mosse il mio alto fattore
facemi la divina podestate
la soma sapienza e la primo amore
devante a me, non fuor cosa create
sei non eterno, ed io eterno duro
lasciate ogne speranze voi qu’intrate
¿Es cierto?
Pues no lo he visto, pero investigaré lo del letrero. Me fascina la posibilidad de que exista. En cuanto a aquel ejemplar, no debes olvidar el sábado glorioso en el que fue sorprendido alquilando el edificio como locutorio a sus compatriotas para que hiciesen uso de la conexión a internet, ni su costumbre de andar en bici cuando llovia mientras su novia corría detrás. La vida sonríe a los osados, qué duda cabe.
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